miércoles, mayo 15

En un laboratorio, te sientes realizado cuando das respuestas a los problemas.

Jaime Charris
| Ramsés Romero

En Palmar de Varela, un pequeño pueblo colombiano a orillas del río Magdalena, un niño creció soñando con convertirse en un gran médico. Hijo de una familia que vivía con lo justo en la costa norte de su país, en 1978, cuando tenía 19 años, decidió perseguir el que había sido su objetivo en la vida hasta entonces. En Colombia había intentado, sin éxito, estudiar medicina. Decidió emigrar. Sólo. Su primera y única opción era Venezuela.

Con más dudas que certezas, llega a Caracas. Se mudó a Catia, en casa de un familiar. Pero como inmigrante, tenía que trabajar para sobrevivir, y la medicina era una carrera que le llevaría tiempo. Quería ser un científico dedicado al tema de la salud y la farmacia fue la opción que más lo convenció. Se inscribió en el turno de noche en la escuela Universidad Santa María para poder trabajar durante el día.

Han pasado más de cuatro décadas desde entonces y Jaime Charris ha labrado una prestigiosa carrera como investigador apoyando al campo médico en el estudio de las propiedades farmacológicas de nuevos compuestos con potencial terapéutico, por lo que fue galardonado con el Premio Lorenzo Mendoza Fleury.

Premio Lorenzo Mendoza Fleury
El farmacéutico Jaime Charris con Leonor Giménez de Mendoza | Foto cortesía

Tiene buenos recuerdos de su vida estudiantil. La Caracas de 1979 era muy diferente a la actual. Había mucha seguridad. Recuerda que hacía grupos de estudio con otros compañeros y se reunían en los pasillos de la Universidad Central de Venezuela o en Los Próceres, donde podían quedarse hasta la madrugada, que ahora cuesta imaginar. “Fue un momento muy agradable y lo vivimos tranquilos”.

En 1985, cuando estaba por graduarse, su profesor de química orgánica, el Dr. Eliodoro Palacios, lo eligió, junto con otro colega, para realizar un posgrado en química médica en la UCV. En ese momento, la Universidad Santa María planeó crear una fábrica, en la sede de La Urbina, para desarrollar principios activos para fabricar medicamentos. Al final hizo una maestría y un doctorado, porque el proyecto aún no estaba terminado. “Allí comencé a trabajar con mi exprofesor de la Facultad de Farmacia, el Dr. José Nicolás Domínguez, quien me capacitó, orientó e introdujo en el campo de los parásitos”, recuerda Charris.

Su objetivo, al final de su formación, era entrar en contacto con grupos de investigación internacionales. Su primera oportunidad fue en el Hospital San Juan de Dios de Bogotá, donde realizó una pasantía con el equipo del Dr. Manuel Elkin Patarroyo, quien trabajaba en la síntesis de la vacuna contra la malaria.

Luego contactó a un grupo de investigadores en Atlanta, Estados Unidos, que estaban trabajando en el campo de los parásitos, enfermedades como la leishmania, la malaria y los tripanosomas africanos, y se comunicó, a través de un programa de formación posdoctoral, con un grupo en Francia y allá. trabajó en el cáncer. “Es el sueño de todos los que trabajamos aquí: buscar nuevos horizontes que te abran, que te ayuden a entender, crear y ser más creativo en lo que haces”, dice.

Jaime Charris
| Ramsés Romero

Y agrega: “Estas experiencias me permitieron ver la investigación desde otro punto de vista. Aunque no son premios Nobel, son grupos reconocidos y gente trabajadora que te enseñan a ver las cosas de otra manera a como las ven aquí en el país.

Para Charris, farmacéutica egresada de la Universidad Santa María y docente de la Facultad de Farmacia de la Universidad Central de Venezuela, el Premio Lorenzo Mendoza Fleury, más allá de ser un reconocimiento, es un estímulo para seguir desarrollando proyectos de investigación para solucionar un problema que afecta a la comunidad, tanto a nivel nacional como regional. En el caso de su área de estudio, un parásito o una enfermedad similar al cáncer.

“Me llena de mucho orgullo porque me obliga a seguir trabajando. En realidad estoy retirado pero sigo activo, con mis proyectos, no solo con bandas nacionales. También formo recursos humanos, personal de socorro, tengo estudiantes de posgrado, incluso doctorados”, dice orgullosa la investigadora de 63 años.

Charris compagina su labor como investigador con la docencia. Desde 2007 es profesor titular de la Facultad de Farmacia de la UCV, imparte la materia de química orgánica y, además, ha sido tutor de tesis de estudiantes de diferentes universidades del país. Aunque actualmente está jubilado, continúa impartiendo cursos de posgrado y desarrollando proyectos como investigador.

Jaime Charris
| Ramsés Romero

“Como dicen por allá, para ser buen docente hay que ser buen investigador. La docencia y la investigación son roles que van de la mano, hay que estar en constante actualización, leer literatura y escribir artículos para estar al día”, dice.

El investigador ve con preocupación la deserción de estudiantes y profesores, en particular de la Facultad de Farmacia de la UCV, donde tiene su práctica. Pasa allí varias horas al día investigando, escribiendo o leyendo un artículo científico. “Antes el número de candidatos era de 1.200 para elegir 200, mientras que hoy los candidatos apenas llegan a 300. Esta descapitalización de los recursos humanos no solo se ve a nivel de los estudiantes sino entre los docentes. Los incentivos ya no son los mismos que antes.

Para el farmacéutico es difícil decir en qué rol se siente más cómodo, porque le gustan los dos por igual. “En ambos, me siento cómodo, pero a nivel de laboratorio, te sientes realizado cuando respondes en el acto a los problemas que surgen”, dice. Charris reconoce que quedan pocos investigadores en el país y subraya que los que quedan no pueden parar. “Tenemos que tratar de dar una idea que nos permita superar condiciones como la malaria, que ha visto un resurgimiento”, dice.

Charris divide su tiempo entre las aulas y el laboratorio. Entre pizarras y probetas. Antes de llegar a su pequeño despacho, hay que pasar por uno de los laboratorios de la Facultad de Farmacia. La imagen es devastadora. Las balanzas están recubiertas de plástico para protegerlas del polvo y la suciedad que se desprenden producto de la remodelación realizada desde hace año y medio en la UCV. El equipo de infrarrojos está dañado y faltan los reactivos.

Pero la realidad no lo detiene. En un espacio reducido, trabaja en varias reacciones químicas para algunas investigaciones. Allí, en una superficie de vidrio, escribió las fórmulas de los compuestos orgánicos en los que trabajaba y varios vasos de precipitados con las reacciones.

Desde hace varios años, el farmacéutico trabaja en el reposicionamiento de moléculas utilizadas para patologías no relacionadas con las parasitosis. “Al hacer pequeños cambios, puedo hacer que tengan un efecto sobre la enfermedad de Chaga, la leishmania o la malaria. En este caso lo que hago es verlos, probarlos, ver cómo funcionan y si todo va bien, intento modificarlo para ver cómo mejorar el efecto”, explica.

El farmacéutico asegura que durante el desarrollo de un proyecto de investigación, las dificultades siempre han estado presentes; sin embargo, ahora se han intensificado. “Hay problemas para obtener los reactivos y los equipos ya están obsoletos. Ya no es como antes donde se podía trabajar e investigar como se hace a escala internacional. A veces hay que pedir ayuda a amigos o colegas fuera del país”, dice.

La situación se intensificó a partir de 2016, dice Charris. Agrega que desde 2013 la UCV no financia ningún proyecto. Sin embargo, indica que el trabajo debe continuar. “No te puedes quedar que no puedes hacer nada, hay que buscar la manera de superar las dificultades que se presentan y lo hemos logrado hasta ahora”, dice.

Entre las contribuciones más importantes de su carrera profesional, Charris destaca la formación de estudiantes, tanto de pregrado como de posgrado, y los resultados del estudio de la quinolina y el nitroimidazol para tratar afecciones como la malaria o la leishmania, respectivamente. “El núcleo de metronidazol, que se utiliza para el tratamiento de padecimientos gastrointestinales, no tiene actividad leishmanicida, sobre todo en la leishmania cutánea, en lo que trabaja un grupo del área de biomedicina del Hospital Vargas. Tomamos este metronidazol e hicimos algunos cambios simples y encontramos actividad sobre la leishmania cutánea en ratones con una curación de la afección del 93 % desde una perspectiva de la piel y el cuerpo. Eliminación del parásito entre casi el 63 y el 70 %”, explica.

Aunque los resultados son positivos, el farmacéutico asegura que aún queda mucho camino por recorrer para hacer realidad el sueño de todo investigador: que se aplique en humanos. “Con este proyecto buscamos ir más allá de los ratones, queremos ver si produce efectos secundarios. Estamos en proceso de sintetizar la mayor cantidad posible de compuestos para llevar a cabo estos estudios. Queremos ver si podemos “Podemos llegar a la etapa preclínica, fase I, II, III hasta llegar a un fármaco. Pero para eso lleva tiempo. El hecho de que el metronidazol sea un fármaco aplicado es una ventaja”, dice Charris.

Más allá de su rol como investigador y docente, Charris valora su vida familiar, una parte muy importante para él. En su oficina destacan en la biblioteca varios portarretratos con fotos de sus hijas y una carta hecha a mano que dice “Buenos días papá”, perteneciente a una etapa de la vieja escuela. El farmacéutico está casado con Judith Pedroza, farmacéutica como él, con quien tiene tres hijas que le dieron dos nietas. “Siendo de la costa, me gusta mucho ir a la playa, disfrutar de un buen asado en familia. A veces vamos a Higuerote y pasamos los fines de semana allí”.

Jaime Charris
| Ramsés Romero

En su tiempo libre, cuando no está en su laboratorio de la Facultad de Farmacia de la UCV trabajando en una reacción o escribiendo un trabajo, le gusta hacer ejercicio. Suele trotar por su salud. Forma parte del equipo de fútbol de la Asociación de Profesores de la UCV, comenta feliz.

También le gusta cocinar, especialmente pescados y mariscos: “Mi esposa cocina el desayuno y yo cocino el almuerzo. Me gusta experimentar en la cocina, invento”, confiesa.

Con más de 40 años en Venezuela, Jaime Charris se siente más venezolano que colombiano. “En Colombia ya soy extranjero. Voy allí de vez en cuando, cada dos años, pero cuando llevo dos semanas, quiero volver”, se ríe.

Está muy agradecido con el país y su gente, que le han abierto los brazos. “Este país es muy hermoso. Siento que tengo que devolverle todo lo que me dio cuando llegué. Venezuela me dio la oportunidad de crecer”, dice. No le teme a la muerte, se siente en paz con la idea de que algún día ya no estará. “Nadie está a salvo de esto. Le dije a mi esposa que cuando llegue el momento me cremarán, llevarán mis cenizas al río Magdalena y me dejarán allí.

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