jueves, mayo 16

La reseña: ¡qué monstruosidad tan incómoda!

«Los sabios prefieren beneficiarse de la crítica constructiva

en lugar de ser arruinado por falsa alabanza.

Shiv Khera

Es quizás una extraña tradición latinoamericana que nos hace tomar la crítica como algo negativo, como un ataque personal, como una agresión. Esto es particularmente evidente cuando hablamos de situaciones políticas similares a la de Venezuela, un país en el que la autocracia gobernante ha hecho de las críticas la principal causa de persecución, hostigamiento y encarcelamiento. Para esta casta perversa y arrogante, criticar o disentir es sinónimo de deslealtad y traición, por lo que se esmeran en prohibir la exposición de críticas u opiniones disidentes, y quien lo hace sabe que se expone a severas represalias.

La madurez de una democracia depende de su capacidad para escuchar y recibir opciones divergentes. En las verdaderas democracias se entiende que toda expresión de los ciudadanos críticos contribuye siempre a fortalecerlos. En este escenario destacan las críticas relacionadas con asuntos de interés público y que incitan al debate. La participación ciudadana en la gestión pública se hace efectiva, entre otras cosas, a través de la denuncia, la crítica y la convocatoria. Esto es lo que promueve la transparencia en las actividades del Estado y la responsabilidad de los agentes en su gestión. Esto es lo que nos permite, aspecto vital para la salud de una democracia, que los ciudadanos conozcan hechos que comprometen la limpieza de la gestión, lo que debe ser de especial interés para cualquier líder, salvo, por supuesto, que ese líder sea corrupto o criminal.

Las opiniones diferentes no son ataques. Son una de las formas de control social que los regímenes democráticos han creado para garantizar que todos nos apeguemos a las reglas y mejores prácticas. Cualquiera que no esté dispuesto a someterse al escrutinio permanente y severo de los ciudadanos no debe interesarse por la política. Un funcionario elegido por sufragio universal no es un déspota autorizado para hacer lo que quiera. Es un funcionario. Y, en consecuencia, está sujeto a constante revisión y observación de su desempeño. Es el acuerdo ciudadano que existe en una democracia. Ser elegido es un compromiso con el pueblo, no una carta de presentación.

Quienes creen que el camino correcto es la intolerancia, la persecución y el absolutismo, saben poco de democracia y como han escrito extensamente los psicólogos, los soberbios esconden complejos de inferioridad y una concepción muy baja de sí mismos. Por eso son tan intolerantes. Su inseguridad de sentirse inferiores los empuja a estos niveles de autosuficiencia, y allí se encierran. Evitar la confrontación de visiones y pretender que solo prevalece lo acordado por un grupo minoritario, sin escuchar otras voces críticas que también luchan por la democracia del país, además de una locura, es muy contraproducente. La unidad que algunos reclaman como necesaria para organizar una alternativa política que acabe con la tragedia en Venezuela no puede presentarse como un coto de caza privado al que solo unos pocos tienen acceso. La unidad no es una meta en sí misma, la unidad es el resultado de haber definido un espacio de encuentro en el que se han admitido todas las voces que tienen algo que decir o un aporte que hacer en la lucha que debemos liderar. La unidad es el resultado de una actuación incluyente, amplia y diversa. No es que nos juntamos unos cuantos y la unidad ya existe. No funciona así, y quien piensa diferente tiene poco que ver con el panorama político venezolano.

En una democracia, las minorías no son ciudadanos derrotados, y la mayoría no es un dictador todopoderoso. Son la expresión de la diversidad y su promoción enriquece a la sociedad. Dicen que la democracia es el gobierno de la mayoría, lo que significa que hay una minoría que también debe ser respetada. La mayoría no puede ni debe aplastar a la minoría, porque en democracia lo que hacemos es permitir que la existencia de las minorías no signifique su aniquilamiento. Escuchar estas voces, estimular sus opiniones y respetar a quienes las comparten es lo que enriquece el comportamiento democrático de una sociedad. Y debe ser el Norte de todos los demócratas, si realmente quieren ser reconocidos como tales.

Es por ello que los constantes ataques, ultrajes o acusaciones infundadas, lanzadas contra cualquier voz disidente, no contribuyen en nada a promover el debate ni los objetivos que debemos alcanzar. Soy de los que piensan que las posiciones se defienden con argumentos sólidos y bien argumentados, sin lanzar ataques de autodefensa, insultos o descalificaciones. Aceptar alertas mejora las propuestas y objetivos que compartimos. Lamentablemente, desde hace mucho tiempo nos encontramos con quienes buscan destruir a su adversario oa sus compañeros, aunque eso signifique hacer avanzar a todo el país. Convertir a los aliados en enemigos o adversarios no es precisamente la forma más fructífera de construir la unidad, las alianzas y la cooperación necesarias para transformar el desánimo y el descontento ciudadano en la fuerza cívica que acabe definitivamente con la autocracia en Venezuela.

Esta es la realidad del país ahora: ser autocríticos y escuchar las críticas, reconstruir el tejido político, fortalecer el papel del ciudadano en el proceso de cambio, aumentar la conciencia y comprensión del voto como instrumento de poder, para incrementar el compromiso con la democracia y la institucionalidad, reconectando a los partidos políticos con el pueblo y sus ideales, convirtiendo el descontento en fuerza electoral y movilizando energía social. Esta es la tarea necesaria, si se hace bien, haremos triunfar la democracia. Si no lo hiciéramos, condenaríamos al país a muchos años más de tragedia, pobreza y decadencia.

La Entrada Crítica: ¡Esa incómoda monstruosidad! se publicó por primera vez en EL NACIONAL.

Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo