martes, abril 30

Encrucijada de Maduro

Desde hace un tiempo, el régimen de Maduro viene tomando decisiones para una mayor liberalización y apertura de la economía, que son inconsistentes con cualquier idea de “socialismo del siglo XXI”. Suspensión de los controles de precios de muchos bienes y servicios (pero sin derogar la Ley de Precios Justos); derogó la Ley de Divisas Ilícitas, autorizando la circulación y tenencia de divisas; reemplazó los controles de cambio por un régimen de flotación “sucia” (intervención del BCV); comercio exterior liberalizado; anunció la venta de bienes públicos, amparados por una ley antibloqueo, y la venta de acciones de determinadas empresas públicas; y aprobó una ley de zonas económicas especiales para atraer inversiones, aunque poco “liberal” y muy discrecional en su aplicación. También promueve la inversión extranjera en el sector petrolero y crea un Centro Internacional de Inversiones Productivas, en el marco de la ley antibloqueo. Por boca de la vicepresidenta Delcy Rodríguez, también ministra de Economía y Finanzas, supimos de la existencia de una agenda económica bolivariana con 18 motores productivos. Supongo que la idea es que ahora no comercian al revés. Maduro, por su parte, habla de construir un poderoso sistema tributario, ensalzando el que existe en Estados Unidos y otros países avanzados, al tiempo que se acerca al sector privado, anunciando el desarrollo de su “vocación productiva y exportadora”.

Además, se aplicó un ajuste drástico para limitar la hiperinflación. Reducción drástica de los gastos estatales, incluidos los salarios, a costa de un mayor deterioro de los servicios públicos; ancló el precio del dólar, liquidando monedas raras en el mercado de divisas; y reprimió la actividad crediticia bancaria al imponer prohibitivos requisitos de reservas. Sin embargo, la inflación (anualizada) se mantiene entre las más altas del mundo, 137,1% a fines de julio. Y, con el ancla cambiaria, el bolívar se sobrevaloró aún más.

No es de extrañar que ante una mayor estabilidad y tras tantos años suprimidas por todo tipo de controles y arbitrariedades, determinadas actividades económicas hayan respondido positivamente, a pesar de las inconsistencias o carencias de determinadas medidas. Los estantes de los supermercados se llenaron nuevamente y se activó una burbuja en torno a la comercialización de productos importados y algunas construcciones al este de Caracas. Algunos productos e industrias agrícolas también han podido aumentar su producción al tener la libertad de importar insumos (con sus propios dólares).

Maduro no resistió la tentación de cantar victoria: el país se “reparaba a sí mismo”. Esa ilusión, detrás de las dificultades de la gran mayoría de la población, la multiplicación de los apagones eléctricos, la falta de suministro de agua y servicios de todo tipo, se vio inflada por la perspectiva de que mejorarían las relaciones con Colombia tras el triunfo de Gustavo Petro. Parecía abrirse la oportunidad de admitir elecciones creíbles para atemperar ciertas sanciones y el ostracismo externo del que era objeto. Ya no serían tan arriesgados, dado su «éxito económico» y el desorden en el que parecía estar la oposición.

Pero arreglar el país no es “soplar y hacer botellas”. Las mencionadas medidas apenas han cambiado el sustrato sobre el que descansa la economía chavista. Persiste la desconfianza derivada de la ausencia de garantías económicas y humanas, de la inseguridad ligada al desmantelamiento del estado de derecho, así como de la precariedad de una política antiinflacionaria sustentada en el anclaje del tipo de cambio: la destrucción de la La industria petrolera dejó al estado sin suficientes divisas para proporcionar estabilidad en el tipo de cambio. Como se temía, este arreglo no se mantuvo. El precio del dólar ha subido un 45% desde mediados de agosto. La anticipación de que la economía caiga aún más en una espiral descendente de depreciación e inflación, con efectos adversos en el nivel de vida de los venezolanos, plantea un problema difícil para Maduro, especialmente porque el colapso de los ocho años ha dejado poco espacio para la economía nacional. . capacidad de respuesta.

No se puede olvidar que Chávez hizo todo lo posible por reemplazar el orden constitucional, el estado de derecho y los mecanismos del mercado por el imperio de su propia voluntad, porque encarna por excelencia los objetivos redentores de su “revolución”. Bajo el pretexto de la ausencia de garantías, la opacidad e impunidad que resultan de la destrucción de la autonomía y el equilibrio de poder -incluidos los medios independientes y la ciudadanía activa- y la impunidad garantizada a cambio de profesar lealtad al «comandante», el poderoso del aparecieron las mafias dedicadas al saqueo de la riqueza nacional. Luego del auge petrolero de 2008 a 2014 -precios del petróleo por encima o cerca de los 100 dólares el barril- se ha develado lo inesperado que azota hoy al país. Ahora es imposible satisfacer las alianzas que apoyaron a Maduro, especialmente el apoyo de los militares que traicionaron su juramento, y era necesario poner en marcha medidas de liberalización económica que dieran un respiro a muchos de sus cómplices. Y de la economía venezolana, dado el enorme potencial que aún tiene a pesar del desastre chavista, no han dejado de surgir mejoras visibles. Rápidamente fueron capitalizados políticamente por el régimen con la declaración de que «Venezuela lo hizo bien».

Pero el establecimiento de una economía de mercado que materialice estas potencialidades no está ni a mitad de camino. ¿Cómo atraer inversiones, promover la producción y generar empleos bien remunerados, sin eliminar la estructura de privilegios e intereses creados que se alimentan del Estado? No basta con apartar la mirada de Chávez de los edificios públicos. ¿Cómo restablecer un intercambio fructífero con Colombia sin atacar a los traficantes de gasolina, drogas, contrabandistas y bandas criminales que operaban en las narices o con la participación activa de los militares que supuestamente custodiaban la frontera? ¿Cómo incentivar la oferta cuando los productores agropecuarios se ven confiscando buena parte de lo que se transporta en IVA y puertos? ¿Cómo ser competitivo y aumentar la producción industrial cuando no se dispone de un suministro estable de electricidad, agua, gasolina y gas? Y, sin un aparato productivo robusto y sin financiamiento internacional, estabilizar los precios y el tipo de cambio es muy difícil. Sobre todo, es poco lo que un estado tan desafortunado puede contribuir a que las medidas funcionen.

Y así se pinta la encrucijada que enfrenta hoy Maduro. O va tras los intereses creados que nutrió con su mentor -para desgracia de Venezuela- o languidece, con pocas posibilidades de cosechar el anhelado éxito político, en una situación de limitada capacidad económica, crecimiento social y conflictividad política, perpetuación de su aislamiento internacional y de su creciente vulnerabilidad. El gobierno estadounidense acaba de aclarar que se mantienen las sanciones. Las reformas que exige el país difícilmente se pueden esperar de Maduro. Fiel a su naturaleza fascista, respondió a las amenazas percibidas a su gobierno intensificando las medidas represivas.

Sin embargo, en aras de las posibilidades de transición a la democracia, ahora hay un factor a aprovechar. La narrativa del gobierno ha cambiado drásticamente. Ya no es consecuente que confronte o tontee frente a las exigencias de la realización de ciertas garantías constitucionales conducentes al establecimiento de una economía productiva, incluidas las referidas a los derechos humanos, en la construcción del socialismo del siglo XXI. A menos que prefiera volver al caos anterior, con el costo político que conlleva, debe admitir la relevancia de estas afirmaciones. No es que creamos que el gobierno comenzará ahora, como si nada, a responder a estas demandas. Pero se ha abierto un espacio propicio para una plataforma de demandas, legitimada en los reclamos que -al menos de boca en boca- anuncia el gobierno, para apalancar las fuerzas del cambio. Y esto debe servir para exponer las contradicciones del chavismo y erigirse como la posible alternativa auténtica al desastre chavomadurista.

Sólo un movimiento unido en torno a un programa coherente y viable, capaz de interpretar las aspiraciones de las poblaciones y respaldado por la posibilidad de contar con un importante financiamiento internacional, podrá sacar al país de este atolladero. No perdamos la oportunidad.

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo