sábado, mayo 18

Derechos humanos y fundamentalismo religioso

Eleanor Roosevelt presidió la Comisión que redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, a la que asistieron personas laicas y religiosas de diversas culturas

“El principal baluarte del intelectual laico es la libertad incondicional de pensamiento y expresión: abandonar su defensa o tolerar falsificaciones de cualquiera de sus fundamentos es en realidad traicionar la llamada del intelectual. Por esta razón y no por otra, la defensa de Salman Rushdie, el autor de versos satánicos, se ha convertido en una cuestión absolutamente central, tanto para salvaguardar su vida como para salvar cualquier otro obstáculo al derecho a expresar la propia opinión sobre periodistas, novelistas, ensayistas, poetas e historiadores”. Eduardo W dice, Representaciones del intelectual.

Los derechos humanos nos pertenecen a todos. La Declaración de Derechos es universal, por lo que nos afecta y nos vincula a todos. En su redacción participaron religiosos y laicos, de diferentes culturas y religiones, y también fue presidido por una mujer. Es una obra tanto de Occidente como de Oriente, ya que los seres humanos viven en todas las latitudes, y en ese sentido son ciudadanos del mundo, universales. El considerando con que comienza el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos lo dice muy explícitamente: “La libertad, la justicia y la paz en el mundo se basan en el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de la dignidad igual e inalienable de todos los miembros de la sociedad humana. familia».

Es un tanto paradójico que al unísono con el reconocimiento universal de los derechos humanos en 1948, su mayor enemigo, el fundamentalismo, y en particular el fundamentalismo religioso, reaparece con renovada fuerza. en un libro interesante Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam, la estudiosa Karen Armstrong recorre su historia y saca conclusiones reveladoras sobre la fuerza de la fe religiosa frente a un mundo cada vez más secularizado y abierto a la libertad sin límites. Como señala la autora con sus propias palabras: “Durante casi un siglo, cristianos, judíos y musulmanes han desarrollado una forma agresiva de fe cuyo objetivo es sacar a Dios y la religión del segundo plano al que han sido relegados en la cultura moderna. laicismo y les devuelve un lugar preponderante».

En los propios Estados Unidos, observamos hoy con asombro cómo este resurgimiento fundamentalista, de inspiración cristiana dogmática, se manifiesta en la defensa de la «supremacía blanca», el racismo, el rigor moral exagerado y la infalibilidad e interpretación textual de la Biblia. El tema es recurrente en la historia de esta gran nación, baluarte de la libertad moderna, que tanto impresionó a Tocqueville, pero que no logró imponerse en la agenda pública, y en consecuencia se politizó fuerte y peligrosamente, espoleada irresponsablemente por las ambiciones políticas del expresidente Donald Triunfo.

No obstante, el fundamentalismo de base religiosa con mucho el más preocupante en nuestro tiempo, y sin duda en los tiempos por venir, es el fundamentalismo islámico, por varias razones entre las cuales cabe mencionar: primero, la vasta presencia de la fe islámica en el mundo; en segundo lugar, dado el poderoso resentimiento hacia cualquier cosa que pretenda o entienda Occidente, un resentimiento que tiene raíces históricas profundas que se remontan a las Cruzadas y continúan a través de una variedad de humillaciones del imperialismo europeo, incluida la sangre del resentimiento legítimo que hierve en los corazones de muchos seguidores ardientes del Corán; A lo que se suma el desarrollo intelectual a lo largo del siglo XX y que continúa hasta nuestros días, de una teología islámica fundamentalista sin duda rica en sus argumentos, que ha superado ampliamente las visiones tradicionalistas o modernizadoras, que han quedado tras su poderoso atractivo; la hipótesis de la “yihad” o guerra santa, y su manifestación más grave en el terrorismo, contra los enemigos de la fe islámica; y por último, pero no menos importante, su manifestación en contradicción con los derechos humanos, subordinados a la idea de Dios y la fe expresada en su libro sagrado, así como el rechazo a la democracia, la llamada «teodemocracia», ya que la democracia la la legitimidad expresada en las elecciones está subordinada a la legitimidad divina, la ley sagrada del Corán, la “sharia”, con sus reconocidos teólogos para interpretarla, ya la cual se subordinan las leyes humanas; en definitiva, la aspiración a un estado teocrático de ambición universal, que rechace absolutamente las ideas y creencias asociadas a la modernidad.

Los derechos humanos derivan su dignidad del valor eminente de la persona humana, y debemos ser tolerantes con su justificación, ya sea por visiones espiritistas o por visiones inmanentistas. Si no nos hubiéramos comprometido a armonizar las dos visiones, la Declaración Universal nunca podría haber sido aprobada. En la misma medida, creo que no es fácil combatir el fundamentalismo religioso; lo que la realidad nos ha demostrado es que la pura agresión destructiva no sólo no la extermina, sino que la hace reaparecer con mayor fuerza. Los caminos hacia la convivencia posible o la convivencia pacífica no son fáciles, y no soy un experto en desentrañarlos. Creo que hay un camino interesante por recorrer, como nos muestran los escritos y acciones del teólogo suizo Hans Küng, y el Papa Francisco lo está intentando con inteligencia, y no es otro que el camino del diálogo y el respeto mutuo.

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo