jueves, abril 25

Necesidad, valores y política

Pretender ser normal cuando el paciente está grave y requiere una intervención urgente es una estupidez. Este es el caso del régimen en Venezuela hoy. Desde 1916 ha surgido una Venezuela que un siglo después (2016) está muerta; tragedia que exige un cambio urgente, no una falsa normalidad y prosperidad. Ya no volveremos a ser lo que fuimos, ni con el actual régimen ni con el ansiado rescate de la democracia.

Hace un siglo, con la irrupción del petróleo y sus crecientes ingresos, la Venezuela despoblada, rural, pobre y analfabeta dio un tremendo salto y se convirtió en muchos aspectos en el líder de América Latina. Dueño del petróleo subterráneo, el Estado se ha convertido desde hace un siglo en eje y palanca de transformación del país; hoy, su destrucción y su ruina nos llevan a la pobreza ya un estado de extrema necesidad, a menudo de desesperación. No busquemos soluciones con las mismas fórmulas para recibir los mismos fallos. Creo que el renacimiento será exitoso si partimos de la base de nuestro estado de necesidad y nos liberamos de este estado petrolero cuyas ruinas actuales son más una carga que una ayuda. Hay algo que la destrucción no nos puede quitar: el talento humano y su capacidad para recrear, rehacer y renacer en algo nuevo e inédito. Siempre me viene a la mente el “milagro” del renacimiento de Alemania y Europa de las ruinas del nazismo y la Primera Guerra Mundial. Con la guerra, lo perdieron todo excepto su talento y su energía para renacer y rehacerse. Después de una guerra que lo destruye todo, las personas no se aferran a las ilusiones del pasado y se recuperan de su extrema necesidad activando sus habilidades y la fuerza interior de su espíritu.

Si comparamos al pueblo venezolano de 1916 y al de 2016 (los que están en el país y los que tuvieron que irse), veremos dos países profundamente diferentes, el segundo con un equipamiento humano y capital social incomparablemente superior: el primero con una mayoría de 3 millones pobres, rurales y analfabetos y la segunda de 30 millones con mucha más educación (ha pasado de menos de mil estudiantes de educación superior a más de millón y medio), con profesiones y oficios productivos modernos, así como Lo han demostrado los millones de personas obligadas a abrirse, remar fuera del país remando contra corriente con sólo su talento. La necesidad los obligó a activar su fuerza interior.

La política venezolana renacerá exitosamente en cuanto eche raíces en este estado de necesidad que vive el país y supere las formas, hábitos y vicios que permitieron los ingresos heredados. Ahora nos vemos obligados a renacer al descubrir que sin las muletas rotas del Estado, somos capaces de hacer cosas productivas insospechadas.

En el siglo XX, la población indígena se transformó y también se enriqueció con una nueva mezcla cultural productiva con cientos de miles de migrantes que llegaban necesitados, expulsados ​​por la guerra, la pobreza y la persecución. Con sus talentos renacen ellos y millones de sus ya venezolanos hijos; y con los indígenas cambiaron esta sociedad y produjeron otra. Las puertas del avance educativo y las oportunidades productivas se han abierto como en ningún otro país. La mayoría de los médicos y profesionales de hoy son hijos y nietos de campesinos e inmigrantes, con muy poca educación.

Todo esto es importante hoy para renacer y reconstruir una República victoriosa, pero ésta no tiene vida sin “el sublime aliento que el Supremo dio al pueblo”, que cantamos en nuestro himno nacional. Este “aliento sublime” rompe las cadenas y revive los valores republicanos de libertad, justicia y solidaridad; esta solidaridad que hace de los habitantes ciudadanos responsables que crean el “nosotros-otros” del bien común en la sociedad. Ahora que nos han quitado casi todo, nos han presentado el formidable desafío de renacer y de rehacer el futuro. Valores y fuerzas creativas insospechadas y contagiosas brotan de este fuego del espíritu encendido como chispa en medio de la necesidad: no de arriba hacia abajo, sino de adentro hacia el otro “adentro” y de la interioridad personal a la ciudadanía, de lo privado a lo público. Es el «aliento sublime» espiritual que da vida a las organizaciones que se solidarizan en el reconocimiento y el amor al prójimo. Las instituciones y la República en tiempos de calamidades catastróficas renacen de la necesidad cuando rehacemos la política y la nueva República que necesitamos, soltando el pesado lastre del ya ruinoso, ubicuo, generoso y quebrado Estado.

A primera vista, parece que la Venezuela de hoy no es más que pobreza y miseria. Pero está el talento humano llamado a transformar el país como lo hizo ayer el Estado con la renta petrolera. Debemos descubrir y apostar por la inmensa riqueza de talentos, educación, habilidades, oficios, profesiones y valores de estos 30 millones que conforman nuestra “cultura mestiza” del 2022, y desde allí construir un pequeño Estado efectivo controlado por la sociedad civil. y no por intereses partidistas.

La política se trata de lo que es posible, pero más que nunca se trata de hacer posible lo necesario y convertirlo en realidad con nuestro esfuerzo y nuestros valores. El renacimiento de Venezuela no será un paso atrás (aunque la memoria histórica es importante), sino el fruto de la necesidad y los valores, de la siembra y cosecha de virtudes republicanas. No es que los venezolanos repudiemos la política, sino que la exigimos, pero una política que conecte las necesidades actuales con los valores y los transforme en factores públicos que multipliquen el amor y la solidaridad creativa. Este amor al prójimo es el «aliento sublime que el Autor Supremo insufló en el pueblo» que busca transformarlo en bien común y en vida para todos.

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo