jueves, abril 18

De Girona a Caracas: Manuel Pérez Vila

Por MARIA SOLEDAD HERNANDEZ BENCID

Su llegada a Caracas

El comienzo de esta historia no dista mucho de parecerse al de muchos inmigrantes, de origen europeo, que a finales de la década de 1940 llegaron a este país con el deseo de empezar una nueva vida, tratando de escapar de las heridas y el horror de la guerra.

Para Don Manuel Pérez Vila, catalán de nacimiento, originario de la ciudad de Girona, España, el exilio lo acecha desde muy joven. A los 14 años abandonó su ciudad y su país natal, con su familia, debido al estallido de la Guerra Civil Española y los compromisos de su padre con los republicanos. Francia será el primer paso familiar, donde completa sus estudios secundarios, para obtener posteriormente la licenciatura en Filosofía y Letras por la Universidad de Burdeos y el título de Profesor en el Institut Normal d’Etudes Françaises de Toulouse.

A fines de 1948, el joven Manuel, de apenas 26 años, ya estaba en Caracas. El ambiente en la capital es de total incertidumbre y tensión política; los rumores de rebelión militar están a la orden del día; y en efecto, a los pocos meses de su llegada, el gobierno del presidente constitucional Rómulo Gallegos fue derrocado por un gobierno de junta militar, producto de un golpe de estado ocurrido el 24 de noviembre del mismo año.

Como todo comienzo, no resultó nada fácil y para don Manuel, como cariñosamente le llamó, el reto estaba en abrirse camino en la tierra que lo había acogido, al lado de su esposa e hijas, con una maleta llena de libros, y muy escasos recursos económicos.

Sus títulos académicos y su dominio de la lengua francesa fueron su mejor carta de presentación. Así comenzó su actividad docente como profesor de francés, involucrándose posteriormente en actividades de su propia formación junto a personalidades como Don Pedro Grases y Don Vicente Lecuna.

La Diosa Fortuna me allanó el camino junto al Maestro

A principios de la década de 1980, cuando finalizaba mi carrera en la UCAB, una tarde de octubre, el Decano de la Facultad de Ciencias Humanísticas y de la Educación, Padre José del Rey Fajardo, SJ, me presentó al profesor Manuel Pérez Vila. Estuvo vinculado a la Universidad por haber fundado y dirigido la cátedra de historia y prensa en Venezuela, en la Facultad de Comunicación Social.

Durante más de dos décadas se desempeñó como docente, dejando en los alumnos el dulce sabor de la historia y la investigación periodística. Motivos de salud y compromisos profesionales apremiantes le obligaron a dejar la cátedra y preparar un relevo temporal. Un concurso de acreditación me otorga la cátedra en cuestión y desde ese momento me incorporo como asistente académico del profesor titular, D. Manuel Pérez Vila.

Luego de los trámites administrativos asumí, no sin temor, la cátedra vespertina de primer año de Comunicación Social, que dirijo hasta el día de hoy. Acordamos un esfuerzo común donde el Jefe dictaría los contenidos correspondientes a la Historia de la Prensa y yo los de la Historia de Venezuela. Al final del año académico, me dijo que estaba listo para asumir oficialmente la cátedra y que él renunciaría.

Este primer año de trabajo ha sido una experiencia indescriptible. Sin duda, se trataba de un ser humano muy especial. Su pasión por la investigación y en especial por la historia del país, me impresionó desde el principio. Poco a poco descubrí en él a una persona inteligente y vivaz, accesible y amable, paciente y sensible, generosa y desinteresada, con una sonrisa afable y una palabra de aliento en los labios.

Riguroso, puntual y dotado de una capacidad de trabajo difícil de describir. Sus hábitos de investigación, su manera de abordar los temas, de estructurar el material historiográfico, representan un modelo excepcional para una joven ávida de experiencia que da sus primeros pasos en el mundo académico.

Recuerdo exactamente las primeras reuniones en la magnífica mansión de la urbanización El Paraíso, sede de la Fundación John Boulton. Sus largos pasillos y jardines se tiñeron del característico olor a papel clasificado. Una habitación grande e inundada de luz servía de oficina, con un escritorio intrincadamente tallado, sillas de cuero prolijamente dispuestas e innumerables archivos, fichas, cuadernos amarillos y marrones, todo prolijamente organizado y archivado. El orden era para él una regla de vida. “De lo contrario no se puede trabajar, no sé de otra manera”, aseveró.

En la Biblioteca y Archivo de la Fundación tuve la oportunidad de conocer y ver por primera vez muchos documentos que poco a poco completaron mi formación y me permitieron aprender, de la mano del mejor maestro, los maravillosos secretos que guardan estas hojas quebradizas y amarillentas. de la prensa venezolana del siglo XIX.

Habló de diarios y documentos como si fueran niños, tesoros de gran valor que deben ser conservados para enriquecer el acervo histórico de los que nacimos en este país. Además, se sentía un venezolano más, pues había tomado la decisión de nacionalizarse y dedicarse en cuerpo y alma al estudio de su historia. Solía ​​comentar: “Tenemos que estar agradecidos con el país que nos acoge y nos da la oportunidad de empezar de nuevo.

La Maestría en Historia de las Américas

Con entusiasmo impulsó la maestría en Historia de las Américas en la UCAB. Estaba convencido de que la formación de cuarto nivel era una herramienta indispensable para los egresados ​​de cualquier campo de estudio, y en particular de la historia. Dicta la cátedra de historiografía los martes de 17 a 21 hs.

Inscribí formalmente la materia ya lo largo del semestre pude descubrir y valorar como estudiante las virtudes personales y académicas de “Don Manuel”. Su capacidad para enseñar, el manejo y dominio de las fuentes primarias para la investigación histórica, el rigor académico para descifrar los enigmas y enigmas que presenta la historia, la forma de dar seguimiento a las investigaciones, mostrándonos las diferentes estrategias para reconstruir el rompecabezas que requiere toda investigación, ha hecho de este curso una inversión invaluable y una experiencia académica única para todos los que hemos tenido el privilegio de ser sus discípulos.

Tenía una particular intuición y percepción para la Historia en general. Su interpretación al leer un manuscrito, analizar una caricatura o trabajar con cualquier fuente documental, era tan profunda y compleja, que sembraba la duda entre los estudiantes hasta convertirlos en una especie de «abogado del diablo», en el mejor sentido crítico. .

sus últimos años

Más de dos décadas de trabajo e innumerables encuestas y publicaciones hablan por sí solas en comparación con el trabajo realizado en la Fundación John Boulton.

Si bien el propósito de este escrito no es aproximarme a su inmensa producción bibliográfica, no puedo dejar de mencionar el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar, presentado en 1989.

Este ambicioso proyecto inicial se materializa bajo la dirección de D. Manuel Pérez Vila. Obra única en su estilo, tuvo el ímpetu decisivo y la tenacidad antes mencionada. Se dedicó por completo durante largas horas de trabajo a su realización ya la redacción de más de 200 entradas para el Diccionario. Su despacho, en la sede de la Fundación Polar, en Los Cortijos, siempre estaba lleno de gente haciendo preguntas, enviando artículos, revisando manuscritos, en definitiva, le tocó coordinar con más de 300 investigadores la culminación de un sueño demasiado exaltado.

Atrás quedaron las horas de estudio, las tertulias en la antigua casa de la Fundación, las visitas a la Hemeroteca Nacional, el tiempo se agotaba. Habían pasado diez largos años de trabajo conjunto, de oportunidades ofrecidas por la Providencia, de aprendizaje ilimitado, de amistad estrecha y constructiva.

A 100 años de su nacimiento, rindo homenaje a esta mano generosa y desinteresada que me enseñó a navegar en el complejo mundo de la investigación histórica. Hoy celebro con alegría la oportunidad de poder colocar en la memoria de los venezolanos la memoria de mi mentor, de un maestro insigne, de un ser humano extraordinario, que no “araba el mar”; Por el contrario, el hecho de que lo recordemos con motivo de su centenario es una señal palpable de que su obra se mantiene intacta y trasciende cada día más, a pesar de los momentos aciagos que vivimos y que nos esperan a diario.

¡Gracias por todo y hasta pronto, Don Manuel!

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo