martes, abril 16

Conversación con Rómulo Gallegos

Era la tarde del 31 de diciembre de 1955. Aterrizó en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México el avión que me llevaba al exilio, organizado por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Me esperaban mi hermana Teresa y su marido, residiendo temporalmente en esta ciudad, así como algunos compatriotas que antes habían estado exiliados.

Me informan que ya era costumbre que los dirigentes de los partidos venezolanos recibieran el Año Nuevo en la casa de Rómulo Gallegos. Una nutrida y variada representación del exilio acompañó al gran novelista en esta noche de despedida de año. Fue para mí motivo de placer y honor, siete años después del derrocamiento de su gobierno, volver a ver al hombre que, en sus novelas, puso al pueblo en el camino en busca de sí mismo y de su destino. Ante los abrazos de bienvenida al año que acababa de entrar, se elevan voces para pedir «¡que baile el profesor Gallegos!», en medio de la música de fiesta que se escuchaba. Recuerdo muy bien, como anécdota, que en respuesta a la demanda, el expresidente pidió que se transmitiera por el sistema de sonido la canción, muy popular en ese momento, conocida como “El manisero”. y el autor de Señorita Bárbara bailó, entre aplausos y sonrisas.

Posteriormente, hubo muchas reuniones, análisis políticos y comentarios o simples discusiones sociales, que fueron compartidas con Rómulo Gallegos. El 20 de mayo de 1956, en el primer aniversario del accidente automovilístico en el que perdió la vida el poeta Andrés Eloy Blanco, los exiliados venezolanos realizaron una asamblea en la capital mexicana, a la que asistieron los barrios Rómulo Gallegos y Gonzalo. Recordemos parte del discurso, que a todos nos conmovió, del eminente novelista: «A un año de tu luz -préstame tus bellas palabras, Andrés Eloy, para que en mi voz palpite tu imperecedera presencia espiritual entre nosotros- desde la serena claridad que fuiste, brutalmente extinguido en una de nuestras noches más oscuras… El acto que hoy celebramos aquí, rindiendo homenaje a la memoria de Andrés Eloy Blanco, es una profesión de fe; pero no sería completo ni auténtico si nos limitáramos a elevar elogios en torno al alto ejemplo que nos dejó sin aplicarle nuestra conducta cotidiana para copiar la manera elegante con que cumplió su deber hasta sus momentos de prosperidad.”.

El 13 de septiembre de ese mismo año, 1956, Action Démocratique (AD) celebró el 15° aniversario de su fundación. El órgano de Exiliados Venezolanos de Acción Democrática en México fue la publicación periodística titulada Venezuela democrática, del que aparecieron 15 números entre 1955 y 1957, José Agustín Catalá realizó una edición facsímil en enero de 1983 en Caracas. En el número 10 de esta publicación se comenta detalladamente el acto de los 15 años que cumplió Acción Democrática, cuando reinaba en el país la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

Como Rómulo Gallegos, en el discurso que pronunció en esta ocasión, se refirió generosamente a mí, estuve tentado de borrar esta referencia, pero para no incurrir en falso pudor con esta mutilación, y pidiendo, por supuesto, las disculpas correspondientes, decidí transcribir palabra por palabra parte de la glosa del acto recogida en venezuela democratica, lo que hago a continuación: “En México, el partido organizó un acto conmemorativo de la fecha inicial en el Ateneo Español… En nombre de la España Republicana habló el ingeniero José Luis de la Loma… Por el partido lo hicieron los compañeros PB Pérez Salinas y Carlos Canache Mata . El señor Rómulo Gallegos concluyó con las palabras que insertamos a continuación: “En las invitaciones impresas para este evento se cometió un error tipográfico, al incluirme entre los disertantes que participarían, cuando en realidad no vendría solo a cumplir la obligación ineludible del acto de presencia en la conmemoración de la fecha inicial del partido político al que pertenezco -ayer hace quince años- y sólo decir las palabras de clausura de este encuentro, pues los de Acción Democrática ya estaban bien encomendada a Pedro Bernardo Pérez Salinas, auténtico representante en la fecha aniversario de la incorporación de la clase obrera al pleno y consciente ejercicio de los derechos políticos y al Dr. Carlos Canache, sobre la parte brillante y fogosa intelectualidad y juventud que encierran nuestros cuadros – sin ese sentido que no reconozco a mi querido colega Pérez Salinas o explosión de inteligencia, que su inteligencia está bien cultivada a través de dichos disciplinas meritorias, ni los fuegos de la juventud, aunque bien los disimula. Expresaron el pensamiento y el sufrimiento de Acción Democrática que, desde hace ocho años, llena las cárceles antihumanas de Venezuela o se traslada allí manteniendo el espíritu de resistencia en los desvencijados albergues de inmigrantes ilegales o bajo la apariencia de ‘otras banderas albergando dignidad, como aquí la del México generoso, hemos soportado el destierro’”.

Un día de este año 1956, se me acercó el Maestro iluminado y me dijo que el Dr. Rafael José Nery, también residente en México, le había ordenado reposo por 15 días, porque le había diagnosticado una crisis hipertensiva, y que debía que le revisaran la presión arterial y la temperatura diariamente, y que él (el Dr. Nery) lo visitaría por la noche para ver los resultados y verificar su progreso. Me preguntó si podía hacerme un chequeo de este tipo (yo era médico recién graduado, luego me gradué de la facultad de derecho), le respondí que sería un honor para mí. Todas las mañanas durante 15 días, completé la tarea. El tercer día quiso hablar largo y tendido sobre el golpe de estado del 24 de noviembre que derrocó al gobierno constitucional que presidía. Recuerdo que, palabras de más, palabras de menos, el escritor me dijo: «El Ministro de Defensa, Teniente Coronel Carlos Delgado Chalbaud, hizo todo lo posible para evitar el golpe, pero al darse cuenta de que era inevitable, cedió a Pérez Jiménez y se perdió para la historia; era un traidor pasivo, no un traidor activo. Hay que recordar que Delgado, tras la muerte de su padre durante la expedición del falso contra Juan Vicente Gómez en 1929, fue acogido en la casa de Rómulo Gallegos cuando vivía exiliado en Barcelona, ​​España, y lo protegió como a un hijo (pidió su bendición). Aunque muchos líderes políticos nacionales creen que el escritor fue generoso al juzgar la conducta de Delgado durante los hechos del 24 de noviembre, la mayoría de los historiadores argumentan que no lo es, e incluso el propio Pérez Jiménez ha informado que, cuando se dio el golpe, «Al principio, Delgado continuó diciendo que hay que ver, esperar, aguantar. Le hicimos entender que no podíamos esperar más y en breve le dijimos: o tomas la dirección o te tenemos que retirar… Finalmente se convenció y dijo: yo voy contigo, vamos continuar Y luego se ordenó a los comandantes naturales de las fuerzas armadas que tomaran las medidas militares necesarias para cambiar el gobierno de AD” (Agustín Blanco Muñoz (1983). el general habla. Caracas. Editorial José Martí. págs. 79-80). Por otra parte, Juan Liscano, en su libro Rómulo Gallegos y su tiempo (Monte Avila Editores CA /1969/Pág. 178), escribe: “Trasladado (Gallegos) de su residencia a la Escuela Militar, fue detenido por el personal desleal. El gobernador de Caracas, general Celis Paredes, lo visitó un día, extraoficialmente amistoso pero también velado. Se trata de averiguar qué hacer con el ilustre recluso. Celis Paredes le preguntó si le gustaría volver a su casa en Los Palos Grandes. Gallegos entendió que detrás de esta pregunta estaba el Comandante Delgado Chalbaud, cuya determinación durante la crisis había sido que Gallegos siguiera siendo presidente, pero empeñado en el estado mayor insurgente (es decir, aceptando las condiciones que se iban a imponer, nota mía, desde el CCM ). La respuesta del novelista mandatario no deja lugar a dudas: “Dígale a su comandante que hasta el 19 de abril de 1953, en Venezuela, solo hay dos lugares para mí: el palacio presidencial o la cárcel.

Rómulo Gallegos murió a las 2:20 am del 5 de abril de 1969, en brazos de sus hijos Sonia y Alexis. Veinticinco años después de su muerte, el Senado de la República decide por unanimidad trasladar sus restos mortales al Panteón Nacional, donde lo espera el cenotafio al aire libre. Sigue compartiendo, en el cementerio general del sur de Caracas, una fosa común con doña Teotiste, su amada esposa. Le había pedido a su hija Sonia, que mientras viviera, no permitiría que lo separaran de ella. Por ello, el cenotafio aún no contiene los restos del ilustre novelista.

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo